martes, 26 de julio de 2011

Si no existiera el metro



Si no existiera el metro (de transporte): No odiaría a la gente en hora punta, no odiaría la línea 6, no sabría valorar de verdad el valor de la calefacción, del aire acondicionado y del aire que respiro, ni de la burbuja del espacio vital. Tampoco sabría trasladar al mundo real las distancias, ni el tiempo (y mucho menos calcularlo). No sabría manejarme por la ciudad, ni tendría un mapa mental de ella en mi cabeza trazado por rectas, círculos y colores. No tendría miedo de andar cerca de la vía pensando si alguien me va a empujar, ni habría maquinado un plan sobre qué hacer si eso pasa. No miraría a los del andén de enfrente o los manchurrones de la pared o qué tipo de cosas echa la gente a las vías. Llegaría tarde siempre, que Madrid no es ciudad de autobuses: demasiados coches, taxistas chiflados y demasiados semáforos en rojo. 
Sin metro las quedadas ¿serían directamente en los sitios a los que ir? No sabría indicar a la gente por dónde ir, ni las calles correctas. Tendría la sensación de que no amortizo lo suficiente el abono transporte y mi alcalde no tendría un motivo suficiente por el que sentirse orgulloso de algo. 
No tendría un plano en cada bolso, ni lo compararía con el de otras ciudades como Londres, Moscú, Berlín, Milán, Barcelona, Bilbao, Sevilla…No tendría miedo de que las escaleras mecánicas me pillasen los pies cuando llevo chanclas, y no me preguntaría todos los veranos a mí misma si el que está debajo del todo en las escaleras me ve algo cuando yo estoy arriba y llevo vestido/falda. No habría asimilado tan bien los conceptos “higiene en verano”, “los altavoces de los móviles deberían estar prohibidos para devotos de camarón, el barrio, chundi chundi o reggaeton”, “dejen salir antes de entrar”, “si vas en las escaleras mecánicas por la derecha esperas y por la izquierda avanzas”, “la duración indicada de los trasbordos es mentira”, “atención estación en curva: al salir tengan cuidado para no introducir el pie entre coche y andén”, “pilla una posición cómoda en la barra al agarrarte” etc.
No descubriría libros nuevos, ni confirmaría si efectivamente uno de ellos se ha convertido en best-seller. No me habrían robado aquel móvil nuevo, ni me habría quedado dormida en la línea 6 tres horas y media dando vueltas aquel día de Halloween. 
No me enamoraría 20 veces al día, ni me inventaría historias de la gente, ni tampoco podría pegar la oreja para enterarme de lo que le ha pasado a fulanita de tal. No me habría estudiado miles de cosas de los apuntes antes de ir a un examen, ni habría conocido al violinista de ciudad universitaria que me alegraba las mañanas al tocar Starwars o la sirenita, ni habría conocido los miles de instrumentos raros que existen en el mundo. Si no existiera el metro, no existiría esta entrada y habría anulado esta parrafada inmensa.
Hasta aquí mi disertación estúpida escrita y sin bibliografía complementaria. Sólo me apetecía compartirlo.

miércoles, 6 de julio de 2011

Madrid. El eterno retorno

Madrid es casa, es familia, es amigos y es el escenario principal de mi vida. Mi relación con Madrid es de amor-odio, Madrid me hace reír, me saca a bailar, me monta en metro y me invita a cañas, me junta con los amigos de toda la vida y me presenta a otros, solo que de vez en cuando Madrid me agobia, me distancia a una hora y media de autobús y metro, no para de llamarme al móvil, me llena las calles de gente y me hace vivir rápido, si vives en Madrid tienes que adaptarte o morir. Blanco o negro, los grises se quedan solo en el cielo y en el asfalto.
Madrid me envuelve en rutina y a la vez me deja escapar, tomarme vacaciones y viajar, lo malo es que luego me desordena los recuerdos o me los cambia de sitio, consigue que mi vida fuera de la ciudad se quede en un recuerdo, como si cuando volviera allí, da igual el tiempo que me vaya, lo que haya sucedido fuera de allí haya sido siempre pasado. Que estás un mes fuera, un año, lo que sea…al mes siguiente Madrid te ha vuelto a atrapar y ya estás en su juego, lo demás está de más.
No hay nada que me ate a Madrid, más que la gente y la nostalgia de volver a mis lugares favoritos, Madrid me ha visto crecer, pero creo que todavía no estoy preparada para volver. Como en una relación de pareja le pedí tiempo, un año, para pensar y desconectar, pero vuelvo y me encuentro con la rutina de la que tantas veces he huido. Digamos que todavía no nos hemos reconciliado y vernos otra vez se me hace doloroso. Por eso me voy a quedar un tiempo, ahorraré algo y le volveré a pedir tiempo, para empezar en otro sitio de nuevo y después ya volveré, porque me ha prometido que decida lo que decida no se va a mover.